
Productores de Tierra del Fuego adoptan perros protectores ante el avance de jaurías salvajes
La cría de ganado ovino en Tierra del Fuego enfrenta una grave amenaza por el crecimiento descontrolado de perros asilvestrados, que ha provocado fuertes pérdidas en la producción. Frente a la ineficacia de medidas tradicionales, muchos productores recurren cada vez más al uso de perros protectores de ganado (PPG) como principal estrategia de defensa.
Según relevamientos recientes, la cantidad de perros ferales en la isla se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años, convirtiéndolos en el mayor depredador terrestre de la región. Esta situación no solo afecta al ecosistema, sino que ha obligado a muchos productores a abandonar parcial o totalmente la actividad ovina, que ya perdió unas 300.000 cabezas en una década.
Una alternativa que ha dado resultados concretos es la implementación de perros especialmente criados para proteger al ganado. Estos animales, en su mayoría cruces de razas como Maremmano, Mastín del Pirineo y Montaña de los Pirineos, son criados junto a las ovejas desde cachorros, generando un vínculo que los lleva a asumir naturalmente el rol de guardianes.
A diferencia de los métodos violentos o disuasivos, su estrategia se basa en interrumpir la conducta de caza de los depredadores, manteniéndolos alejados del rebaño mediante su presencia y vigilancia constante, más que a través del enfrentamiento directo.
Uno de los referentes en el uso de esta práctica en la provincia es Sebastián Cabeza, productor e ingeniero agropecuario de la estancia Guazú Cué. En 2011, luego de comprobar que ni las trampas, ni los alambrados eléctricos, ni la caza lograban detener las pérdidas, decidió probar con esta técnica, inspirándose en experiencias similares del sur chileno.
Cabeza recuerda que los primeros años fueron de prueba y error, hasta que en 2014 decidió apostar de lleno por los perros protectores para conservar su rebaño, mientras reconvertía parte de su producción hacia la ganadería bovina.
Sin embargo, el uso de estos perros también implica desafíos: mantener un PPG tiene un costo estimado en un 5% del total de la producción de carne por cada 400 ovejas protegidas. Además, al no reconocer los límites de los campos, algunos ejemplares han sido atacados por error en zonas vecinas.
Este aspecto ha impulsado la necesidad de establecer una red de trabajo coordinado entre estancias. En este sentido, productores buscan el respaldo de instituciones científicas como el INTA y el CADIC, con el objetivo de replicar modelos exitosos como el que se aplica desde hace décadas en ciertas regiones rurales de Estados Unidos.
Mientras se espera una política pública más firme para enfrentar la proliferación de perros salvajes, la experiencia con PPG demuestra que, con compromiso y cooperación, es posible conservar parte del sistema productivo ovino y proteger el ecosistema fueguino.