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El Puente Colgante de Río Grande: un emblema centenario que clama por memoria

Suspendido sobre las aguas del río más importante de la isla, el histórico Puente Colgante José Menéndez fue, durante décadas, un símbolo de progreso, unión y pertenencia para toda Tierra del Fuego. Hoy, convertido en ruinas oxidadas y semisumergidas, es un monumento al olvido.

Construido entre 1918 y 1920, durante los años de expansión de la ganadería fueguina y en pleno auge de la industria frigorífica, el puente representó un hito de la ingeniería de su época: con una longitud suspendida de 100 metros, fue montado con materiales importados desde Estados Unidos y dirigido por un ingeniero alemán de apellido Gloeckle. Era capaz de soportar cargas de hasta siete toneladas, aunque resistió sin problemas el paso de camiones petroleros de más de 21 toneladas en los años ’50.

El puente no solo fue estructura; fue también testigo social. Delimitó lo que para los antiguos pobladores era “de este lado” y “del otro lado” del río, creando una pertenencia emocional que todavía resuena en la memoria colectiva. Funcionó con peaje —de 20 centavos por peatón y 5 pesos por automóvil— y fue, durante años, el único vínculo físico y simbólico entre el incipiente pueblo y el frigorífico.

El declive de un gigante

A pesar de haber sido declarado Monumento Histórico Provincial y Patrimonio Cultural Municipal, el puente colgante comenzó su deterioro tras ser reemplazado en 1960 por el actual puente de hormigón. La falta de mantenimiento sistemático lo dejó a merced del tiempo y las tormentas.

En diciembre de 2010, fuertes ráfagas de viento provocaron el colapso parcial de la estructura. Lo que siguió fue una secuencia de gestos sin acciones: promesas políticas, abrazos solidarios, proyectos de restauración sin fondos, y el progresivo avance del óxido. Finalmente, el 4 de agosto de 2011, el puente cayó casi por completo al río, tras una nueva tormenta que fue “el tiro de gracia”, como relataron los testigos.

Desde entonces, los tensores oxidados cuelgan como metáfora de una historia arrastrada por la corriente: la de los pioneros, los obreros, las estancias, el frigorífico y el génesis mismo de la ciudad de Río Grande.

Promesas que se llevó el viento

En 2018, la senadora Miriam Boyadgian y el diputado Héctor «Tito» Stefani anunciaron la recuperación del puente. Incluso se presentó un render del proyecto. “Es el puente más antiguo de la Patagonia y por eso lo vamos a recuperar”, decían. Sin embargo, a más de una década de su colapso, no se colocó ni un solo tensor nuevo.

Río Grande celebró sus 100 años, y el puente —que marcó ese origen— sigue sin aparecer. La gestión actual, como las anteriores, ha promovido obras, cambios y modernizaciones, pero la deuda con la historia sigue impaga.

Un llamado al arraigo

“El puente colgante no es solo hierro y madera. Es memoria viva”, decía un antiguo poblador durante una de las movilizaciones por su restauración. Para muchos fueguinos y fueguinas, sobre todo aquellos que “eligieron este suelo como forma de vida”, ese puente simboliza la conexión entre los antiguos y los nuevos habitantes, entre el pasado productivo y el presente urbano, entre la identidad y el olvido.

A una década de su caída, el antiguo puente colgante espera justicia patrimonial y una decisión política firme que transforme las promesas en acción. Porque no hay futuro sin memoria, ni ciudad sin raíces.

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