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El Gran Premio de la Hermandad, entre la épica y el agotamiento: ¿es tiempo de replantear la competencia?

El Gran Premio de la Hermandad ya no enfrenta únicamente los habituales desafíos que imponen los caminos de ripio y el clima patagónico. En las últimas ediciones se evidencia un problema de raíz mucho más profundo: una organización desbordada, un público que no respeta las zonas de seguridad y una dirigencia del Automóvil Club Río Grande atravesada por disputas internas e incapaz de adaptarse a las exigencias actuales.

En sus 50 años de historia, la competencia sumó momentos épicos… y otros marcados por tragedias que todavía duelen. El primer golpe fue en 1984 con la muerte de Francisco Javier “Paco” Puget y Elvy Garay. Décadas después, en 2016, un espectador murió luego de ser impactado en plena carrera. Dos años más tarde, la organización se vio obligada a acortar una etapa por fallas técnicas. El 2024 dejó una de las peores imágenes: más de 60 autos atrapados en el barro sin asistencia, corredores varados durante horas y denuncias por la ausencia de ambulancias. Hubo pedidos explícitos de renuncia a toda la comisión directiva del Club.

Lejos de mejorar, la última edición volvió a dejar señales de preocupación: un vuelco en la zona de San Sebastián obligó a suspender la primera etapa y reactivó la sensación de improvisación y vulnerabilidad.

Las críticas también se multiplican en Chile. Equipos y aficionados del país vecino advierten que el Gran Premio, tal como está planteado, ha llegado a un límite. Cada vez hay más desconfianza respecto de la capacidad organizativa de la parte argentina y menos margen de tolerancia frente a los errores.

También cambió el contexto técnico: los autos actuales alcanzan velocidades mucho mayores que hace treinta años y cualquier falla se vuelve de alto impacto. Al mismo tiempo, el público suele instalarse en sectores no habilitados, generando situaciones de enorme riesgo. Las medidas de seguridad parecen insuficientes y las decisiones logísticas llegan siempre tarde.

Este deterioro no es exclusivo de la Hermandad. El automovilismo provincial atraviesa una crisis más amplia. Desde marzo, el calendario de rally fue suspendido por falta de caminos autorizados y acuerdos entre clubes, propietarios de los terrenos y organismos provinciales. La APITUR debió cancelar todas las fechas, evidenciando una fragilidad estructural que alcanza a toda la disciplina.

En este marco, resulta inevitable formular una pregunta incómoda:
¿Tiene sentido seguir corriendo el Gran Premio de la Hermandad en estas condiciones?

Probablemente no se trate de abandonarlo, sino de reformularlo: establecer un sistema de seguridad actualizado, reforzar la profesionalización de la organización y recuperar un liderazgo capaz de proteger el prestigio acumulado durante medio siglo. De lo contrario, el riesgo no es solamente perder una carrera emblemática, sino que un símbolo de integración binacional quede relegado a un recuerdo doloroso.

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